lunes, 25 de marzo de 2013

La pérdida de peso político de España en América Latina se refleja en los gestos hostiles hacia las empresas

En Buenos Aires, una diputada que osó oponerse a la nacionalización de la filial argentina de Repsol pudo comprobarlo cuando desde la bancada del partido gubernamental la motejaron de «¡española!». Es una anécdota que no merece elevarse a categoría de xenofobia, pero da una pauta de las horas bajas que atraviesa la marca España en América Latina.
Una encuesta de la entidad privada Reputation Institute constata que el prestigio de la antigua metrópoli entre los latinoamericanos ha retrocedido al punto de que, tanto en su aspecto racional como en el emocional, tiene ya mejor cartel entre los países del G8, los más ricos del mundo, que en Latinoamérica. El descalabro de imagen, según el estudio, es notorio en Chile, Argentina, Bolivia, Colombia y Perú.


Una percepción impensable hace solo unos años, y que se explica por un cúmulo de causas. Entre ellas, la crisis económica, que, según subraya Joaquín Roy, director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami, ha provocado un incremento de las restricciones de entrada a España para los latinoamericanos, que ha generado conflictos diplomáticos hasta con países muy poco exportadores de mano de obra, como Brasil y Chile. Roy apunta que también juega a favor del desafecto la desaparición de las generaciones de emigrantes españoles que ha dado paso a un segmento de latinoamericanos que, por un efecto de péndulo, se muestra crítico con todo lo que tenga que ver con el legado español.
El masivo desembarco en la región de empresas al final de los noventa tampoco ayudó, por paradójico que parezca, a mejorar la imagen de España. «Fue percibido por una parte de la población como una segunda colonización», en opinión de Ana Ayuso, investigadora del Centro de Estudios y Documentación de Barcelona. Entre 1996 y 2011 la inversión española en América Latina ascendió a 130.000 millones de euros, una cifra fabulosa que encaramó a España al primer lugar de los inversores extranjeros, incluso por delante de Estados Unidos, en muchos países. Aún hoy, en plena crisis, las empresas españolas tienen expuestos en Latinoamérica 97.000 millones, el 18% de sus inversiones en todo el mundo. Un riesgo que se explica por la muy alta la rentabilidad: empresas como BBVA, Santander o Telefónica obtuvieron de sus negocios en la zona casi la mitad de sus beneficios logrados en 2011.
Pariente rico
Pero no solo las empresas privadas apostaron por Iberoamérica. El anterior Gobierno socialista destinó ingentes recursos a la cooperación y, a la vez, condonó deudas a varios gobiernos. La imagen de Zapatero repartiendo fondos por doquier, cual pariente rico con los familiares pobres, durante la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile en 2007 quedó en la retina de muchos. El entonces jefe del Ejecutivo comprometió 1.500 millones de euros para la creación de un Fondo para el Agua, 60 millones para un plan de seguridad en Centroamérica, asumió la mayor parte de la financiación para el Convenio Iberoamericano de Seguridad Social y prometió costear una base en Panamá para emergencias.
La abundancia y la fortaleza, sin embargo, dieron paso a la escasez y la debilidad, que sumadas al aroma neocolonial de las empresas formaron el caldo de cultivo para las nacionalizaciones. Se ha instalado además el temor de medidas similares en otros países de la región por un efecto dominó. En Venezuela, la campaña electoral está a la vuelta de la esquina y son conocidas las veleidades nacionalizadoras de Hugo Chávez.
La expropiación de YPF en Argentina o de Red Eléctrica en Bolivia son asimismo los síntomas de un problema más de fondo, la pérdida de peso político de España al otro lado del Atlántico. Las nacionalizaciones, como la fiebre que alerta de la enfermedad, son la expresión del retroceso de la influencia en la región. Es cierto que tanto Cristina Fernández como Evo Morales decidieron ambas enajenaciones para, entre otras razones, inflamar patriotismos y sepultar problemas domésticos, pero supieron elegir a la perfección el momento de debilidad económica y diplomática de España.

El anterior Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero con su escaso entusiasmo por América Latina tuvo mucho que ver en esta pérdida de ascendiente. En sus casi ocho años de mandato, el gobernante socialista pisó suelo latinoamericano 17 veces, mucho menos de lo que lo hicieron Felipe González y José María Aznar, que recorrieron todos o casi todos los países de la región, con el agravante de que de esas 17 visitas apenas siete fueron oficiales, ninguna en sus últimos cuatro años de mandato. Se trató, además, de presencias casi siempre fugaces, su visita oficial a Argentina en 2005, por ejemplo, se ventiló en 18 horas. Una brevedad que dejó mal sabor de boca en los anfitriones. De los diez viajes restantes, siete fueron para participar en cumbres iberoamericanas y de la UE con América Latina y el Caribe, dos para dar mítines electorales en Argentina y Uruguay y un encuentro de tres horas con líderes progresistas en Chile.
laverdad.es

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